OPINIÓN: Padezco el síndrome de Copenhague

Dinamarca es un país que nos marca por dónde avanzar hacia el futuro. No lo perdamos de vista.

Publicado el 04 Nov 2019

Incinerador de basuras ecológico de Copenhague.

Vengo de realizar un viaje al futuro, menos espectacular que el de Michael J. Fox, pero que me ha hecho reflexionar. Es un país en cuyos hoteles (al menos el mío) no gastan botellitas de jabón ni champú, ni regalan cepillos dentales (tus dientes sucios, pero el mar limpio, argumentan). El minibar brilla por su ausencia y un cartel te anima a que bebas agua del grifo en grandes cantidades. No arreglan tu habitación hasta el cuarto día de estancia y la cama está compuesta por un simple canapé con muelles, un fino colchón y una funda nórdica. Las bicis y los patinetes son las reinas de las calles, no paran a tu paso, lo cual es un sobresalto permanente para los turistas catetos -es mi caso- que todavía creen en la hegemonía del automóvil. No se percibe estrés circulatorio y todo fluye tranquilo; las construcciones se integran con el ambiente y la tecnología subyace con armonía.

Un país donde la palabra corrupción no la alberga el diccionario, los ciudadanos destinan el 50% de sus ingresos a impuestos y los estudiantes reciben un salario por estudiar

Un ejemplo admirable es un edificio donde queman basuras, el menos contaminante del mundo, pues en vez de negro humo su chimenea desprende vapor de agua, gracias a un sistema sofisticado de cremación. En ese mismo edificio de 86 metros de altura, hay una pista de esquí y se aprovecha para todo tipo de ocio, acoge un restaurante panorámico y un rocódromo. Durante el European Leadership Campus celebrado en la capital de Dinamarca, el CEO de Konica Minolta, Sohei Yamana, aseguró que el objetivo de su compañía es seguir los pasos de esta nación ejemplo de innovación y sostenibilidad, con una visión centrada en el diseño y la tecnología.

Un país donde la palabra corrupción no la alberga el diccionario, los ciudadanos destinan el 50% de sus ingresos a impuestos y los estudiantes reciben un salario por estudiar. Un país, en definitiva, que no aspira a amontonar riquezas sino a repartirlas, donde grandes empresas como Calbergs o Maersk favorecen la construcción de edificios emblemáticos como el museo Glyptoteca o la Opera, respectivamente, para uso y disfrute de los ciudadanos. Muchos pensaréis que sufro el síndrome de Estocolmo, pero en este caso, para ser verídicos, es el de Copenhague. Espero que esto no sea un mero espejismo de un futuro soñado.

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Rufino Contreras
Rufino Contreras

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