Afrontamos un nuevo año, un cambio de marcador, y como en una catarsis milenaria sentimos la ilusión por algo que nace, por dejar atrás las maldiciones del ejercicio que ha cerrado y al que nos toca pagar finiquito. Las lacras siguen en nuestra agenda, no hay capacidad para despegarnos de las miserias que una irracional guerra nos depara, amén de su devastación. La sensación de fracaso perdura como un regusto amargo en nuestro paladar, pero es hora de levantarse y darle una patada al despertador. La tecnología es la gran esperanza blanca para enfrentar el apocalipsis planetario que se empeña en acaparar portadas y noticieros.
Las empresas siguen con su afán de digitalizarse para adaptarse a la montaña rusa de un mercado que anda revuelto, con la demanda y la oferta descuajaringadas, los presupuestos de TI mirados con aprensión y el cibercrimen como espada de Damocles. Los comités de dirección tienen que asumir un discurso que nos les haga parecer anacrónicos y fuera de juego. Los CIO se sujetan a la silla y se tapan los oídos, pues no saben qué caja de truenos está sonando en la alta dirección.
Vamos pintando un futuro con acuarelas que prometen sueños dulces, pero el diablo sigue tejiendo su telaraña global y despiadada
Ser CISO es ser el nuevo Guzmán el Bueno, que entrega a su hijo a las hordas del enemigo para evitar la debacle, y no le queda otra que salvar su prestigio en un terreno de arenas movedizas. Y los vasallos, millennials con talento o zetas precoces, avasallan con su descaro a las compañías que ya no tienen la sartén por el mango. Y es que todo está manga por hombro, los señores de ayer son simples jubilados incapaces de manejar un smartphone y los jefes del mañana son púberes inteligentes cuyo ideal máximo es no perderse el próximo capítulo de su serie de Netflix y pillar para sus fiestas un siervo de Glovo, para traerle los cubitos de sus cubatas o el disfraz de sus pequeños.
Vamos pintando un futuro con acuarelas que prometen sueños dulces, pero el diablo sigue tejiendo su telaraña global y despiadada. Los descerebrados quieren dominar el mundo, pero es el momento de parar sus desmanes, es el momento de conseguir que la tecnología juegue al lado de los buenos, los que pueden asegurar un porvenir de prosperidad y de una igualdad asumible.
