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IA Generativa: Bienvenidos a la era de la creatividad audiovisual



Dirección copiada

El día que los algoritmos de IA, o sus descendientes perfeccionados, desarrollen sentimientos podremos estar hablando de creación

Publicado el 18 ene 2024

Abraham López

Director Académico del área de Animación y Efectos Visuales en el Centro Universitario U-tad



Creatividad

Cuando salí de ver ‘E.T. El Extraterrestre’ en un cine de sesión continua de Carabanchel, si mi memoria no falla, me pasé toda esa la noche, y muchas otras más, esperando a que E.T. aterrizara en el patio. Tenía que suceder. Era demasiado especial, demasiado maravilloso para ser solo una película. Yo contaba por aquel entonces con nueve años. Con el tiempo, he aprendido que la única forma de recibir la visita de seres de otros mundos es precisamente a través de las historias.

Me dedico a eso casi desde entonces. Me gusta pensar que soy creador, y que la creación audiovisual, narrativa y artística es el eje principal de mi desarrollo profesional. Escribir, crear personajes, animarlos y dirigir películas es un trabajo durísimo, con algunos procesos, que nada tienen que ver con el material del que están hechos los sueños.

Viví la revolución de la animación 3D, la irrupción de su tecnología en el mundo audiovisual. Yo era uno de los recién llegados, uno de los advenedizos. Nunca dibujé todo lo bien que me hubiera gustado, y la animación 3D supuso para mí una oportunidad de animar personajes, crear cámaras y escenarios; en definitiva, de contar historias de una forma que dudo me hubiera sido accesible de otro modo. De repente, uno podía hacer una película completa solo en su casa. Nunca es lo deseable, ni es una meta real, pero la posibilidad estaba ahí y era fascinante e inspiradora. La animación 3D y, en general, la revolución digital del audiovisual vino a democratizar el oficio de hacer cine, y me fui a la escuela de cine de San Antonio de los Baños (Cuba), para estudiar guion y dirección de actores.

De esta forma concebida, la IA es maravillosa, con infinitas posibilidades de hacer más productivo el trabajo creativo, que está lleno hasta los topes de labores mecánicas, arduas, que exigen un gran sacrificio

La frialdad de los ordenadores

Y así es como, muy a menudo, me he encontrado defendiendo la tradición, los fundamentos, el cine mudo y en blanco y negro ante un ejército de ‘tresdeseros’ cuya vocación es sacar todo el partido posible a las últimas tecnologías. Al mismo tiempo, me he visto defendiendo la animación 3D, los efectos visuales, los programas de creación y modificación de imagen de síntesis frente al difícil público que opina -no sin razón a veces- que los ordenadores solo vienen a crear frialdad sin alma, que se desatienden las buenas historias, la calidez artística, persiguiendo el oropel de la fanfarria técnica, cuyo resultado final es en el fondo vulgar y empobrecedor. Siempre en tierra de nadie. Os hago un hueco. Hay sitio de sobra. Estamos los que sostenemos que lo original es, en realidad, lo que acaba dando dinero frente a la falacia de las franquicias. Estamos también los que creemos que el cine se hace para el público, y que es tanto una industria como un arte, y que no vale esgrimir que tu película es estupenda si solo la ven cuatro en un festival minoritario. En fin, somos pocos aquí. Uno de los motivos es que recibimos críticas por partida doble. Y hasta aquí, es como he decidido establecer, como narrador, la atmósfera perfecta para expresar mi punto de vista sobre la IA.

Prefiero la palabra robots

En primer lugar, no sé si el término inteligencia artificial es el nombre que más se acerca a la verdad. Me gusta mucho más la palabra robots, ya que analizan y aglutinan referencias y las mezclan proponiendo opciones. De esta forma concebida, la IA es maravillosa, con infinitas posibilidades de hacer más productivo el trabajo creativo, que está lleno hasta los topes de labores mecánicas, arduas, que exigen un gran sacrificio, un enorme esfuerzo de músculo y cálculo y que son muy poco agradecidas, como antes comenté. Es precisamente lo contrario de lo que piensa aquel a quien dices que haces cortometrajes y te responde “uy, pues tengo una idea estupenda para un corto”. Nunca se me presentó un ingeniero aeronáutico al que yo dijera “tengo una idea estupenda para un avión”. Será porque conozco y respeto lo suficiente la ingeniería para saber que, sin los estudios adecuados, y la experiencia necesaria del trabajo de años, es imposible que yo pueda inventar un avión. Las disciplinas artísticas son menos, claro está, pero nadie que no sea un creador, y haya al menos intentado desarrollar creación profesional, piensa que analizar, aglutinar y proponer es crear. Tampoco que todo es tener fácilmente ideas milagrosas.

Algoritmos y sentimientos

Crear, en base a mi experiencia, escribiendo guiones, novelas, realizando películas o animando personajes, implica dos cosas: la primera es lógica y análisis y la segunda sentimientos y conciencia. El día que estos algoritmos, o sus descendientes perfeccionados, desarrollen sentimientos podremos estar hablando de creación. Hasta entonces, son herramientas increíblemente potentes que, en realidad, aportarán muchísima más importancia a la intencionalidad del autor, a su impulso comunicador. A eso que Neil Young dice “llega y se va, no te pertenece”. Ayudarán en la labor dura, no en la original.

Por supuesto, las creaciones originales en el peso de la industria suponen -tal vez, aunque es discutible- un ínfimo porcentaje de todo lo que se crea. Y mucho de eso que se hace responde a fórmulas, a modelos replicables y predecibles. Modeladores 3D o diseñadores de personajes ‘de fórmula’, guionistas ‘de fórmula’, o músicos e intérpretes ‘de fórmula’. Si efectivamente tu trabajo creativo responde ya de por sí a algoritmos, aunque sean mentales y no matemáticos o informáticos, tu trabajo podrá hacerlo una máquina. Pero entonces la cuestión es si tu trabajo es verdaderamente creativo, o ya eres un replicante. Vamos a bajar todo esto a la tierra, área por área. A un músico le puede suponer un gran avance para su trabajo saber, solo esbozando una melodía, cómo podría sonar está interpretada por tal o cual músico.

Como decía Ed Catmull, uno de los fundadores de Pixar, en su libro ‘Creativity Inc’, “la ciencia y el arte han nacido para inspirarse mutuamente”

Pongamos como ejemplo el trabajo que realizo en las aulas con los alumnos de U-tad. Estamos desarrollando un corto donde tenemos que hacer el modelado y algunos planos de un dragón marino. Juntos buscamos referencias, corregimos formas, de acuerdo a la severidad de ‘Ma’, nuestro dragón, que es azul y blanco como la espuma del mar porque representa precisamente eso, la fuerza del mar. Definimos proporciones, corregimos codos, púas, pelo, mentón, uñas y escamas. Estaríamos encantados si un ejército de modeladores robot a nuestras órdenes nos hiciera cientos de variaciones de colocaciones de escamas, si elaboraran variaciones de pelo y colores con todo detalle, respondiendo a unos cuantos trazos sabios que colocaríamos en unos bocetos guía. Nuestro músculo productivo aumentaría considerablemente. Una búsqueda de estilo, una investigación de meses se reduciría (o se reducirá) a semanas. La decisión será nuestra. Será Ma, el personaje, el que nos susurre desde la imagen y nos diga “este soy yo, soy así”. Y no será por un conjunto de parámetros organizados, será porque en algún punto yo sentiré lo que sentí la primera vez que vi a E.T. y diré “esto es un ser mágico”. La suma de procesos a analizar se puede volver infinita.

¿Es posible disfrutar de una creación 3D?

Un director como yo puede explicar a productores una idea no solo con palabras. Sin mucho esfuerzo puedo proponer imágenes que valgan tan solo para pincelar, para mostrar colores y formas previas en lugar de solo textos. ¿Qué cantidad de proyectos se volverán más fácilmente analizables y, por tanto, posibles gracias a esto? Ahora bien, siendo la creación un acto humano de comunicar, ¿estamos seguros de que disfrutaremos de obras íntegramente creadas por IA?

No soy yo quién para sentar ninguna cátedra sobre nada, pero por mí experiencia, como creador lo que me hace de verdad disfrutar del acto creativo es verme asomado al abismo del vacío, experimentar, aunque sea en chiquitito, lo que se siente al asistir al nacimiento de una realidad, al aterrizaje de una nave espacial en un patio de Carabanchel. Como creador, es sentir eso lo que me lleva una y otra vez a querer comunicarlo, sacrificar medios, presupuestos, opciones laborales o emprender quimeras, novelas y películas. Si como creador es eso lo que me fascina, ese acto de crear, como espectador o lector, lo que me conmueve, me inunda y me fascina, es percibir al autor desde el otro lado de la obra, es, en definitiva, comunicarme con él, padecer lo que padece, sufrir lo que sufre, sentir lo que siente.

Si efectivamente tu trabajo creativo responde ya de por sí a algoritmos, aunque sean mentales y no matemáticos o informáticos, tu trabajo podrá hacerlo una máquina

Gabriel García Márquez decía que escribimos para que nos quieran. Yo creo que leemos para sentirnos entendidos. Vemos historias en la pantalla para sentir que tratan de nosotros. Buscamos esas pepitas de oro en el contenido que nos haga sentir que a los autores les importamos, que nos quieren. Puede que no para siempre, pero hoy por hoy, eso es territorio humano. Podría seguir muchas más páginas explicando este extraño equilibrio, esta zona de nadie en la que me encuentro, defendiendo la IA frente a creadores que ven en ella el fin del mundo, o criticándola frente a ingenieros que creen que con ella “todo el mundo va a ser artista”. Pero voy a terminar con la conclusión que improvisé en un evento sobre IA y derechos de autor al que fui invitado recientemente.

Allí, frente a varias decenas de concurrentes me dije que, si yo tuviera que hacer en ese mismo momento una peli, lo que haría es convertir en robots a todos los asistentes, y aumentaría por cien el número de los mismos, y lo convertirá todo en un espacio galáctico situado dentro de 100.000 años en una estación espacial orbitando un agujero negro. Y todo eso con la ayuda de la IA, por supuesto. Todo sería visualmente impactante. Técnicamente perfecto. Ahora bien, ¿para qué? ¿cuál es la historia? ¿de qué va la peli? La cinta trataría sobre una conferencia de robots donde se está decidiendo si los seres humanos existieron realmente “¿El mito del creador? ¡Ja! ¿Por qué no hay rastro de ellos? Y no me volváis a decir ese cuento de niños de que la materia orgánica se degrada y por eso no hay restos del ser humano. Si es cierto que los humanos existieron y nos crearon ¿con qué propósito? ¿por qué crear una nueva forma de vida que pensabas que provocaría tu propia extinción?”

Esa fue la película que improvisé al final de aquella conferencia. La intención da sentido a los medios. Lo contrario solo es apariencia. Como decía Ed Catmull, uno de los fundadores de Pixar, en su libro ‘Creativity Inc’, “la ciencia y el arte han nacido para inspirarse mutuamente”.

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