Lo poco que recuerdo de mis clases de Filosofía es aquel aforismo de Heráclito de que “nadie se baña dos veces en el mismo río”, porque ni el agua ni quien se sumerge son los mismos. La verdad es que sigo rascándome la cabeza de vez en cuando tratando de desentrañar el misterio que esconde este pensamiento. (Lo del gato de Schrödinger supera mis entendederas cuánticas). Viene esta evocación clásica, para aplicar sus deducciones al papel del CIO en unos momentos como los actuales donde pisamos las arenas movedizas de la incertidumbre.
El suelo del CIO tiembla convulsamente agitado por la IA, la automatización sin freno, la ciberseguridad o la analítica de ingesta insaciable. Las arquitecturas tecnológicas no son rígidas y los negocios se mueven en una montaña rusa, motivando el vértigo del comité de dirección. Podrían cambiarse sus siglas a Change Information Officer, porque ahora todo más mudable y atropellado, especialmente las herramientas de IA que proliferan como agentes incansables y voraces.

Surgen nuevas figuras intrusas como el CAIO, que llega insolente a golpear en las narices al CIO, como diciéndole ‘aparta, chaval, que te has quedado antiguo’. Pero antes fue el Chief Digital Officer, el Chief Data Officer… que se postularon para ganar el protagonismo y quedaron relegados a un papel secundario pese a las ínfulas del momento. Y el CIO sigue ahí, y aunque todo cambia él permanece como el gran paladín de la empresa que debe garantizar la tecnología como un vector integral del negocio. Y evitar que el caos paralice la organización. Como diría Heráclito, este CIO ya no es el mismo y se baña en las nuevas aguas de la tecnología. Y con permiso del gato de Schrödinger, el CIO tiene que estar más vivo que nunca, si no quiere acabar muerto. Su eterna paradoja.









