Durante años, la soberanía digital fue un debate reservado a tecnólogos y legisladores, pero hoy es una cuestión estratégica para gobiernos, empresas y ciudadanos. Según Gartner, el mercado de la nube soberana alcanzará los 169.000 millones de dólares en 2028, impulsado por tensiones geopolíticas, nuevas normativas europeas y el papel creciente de la inteligencia artificial en sistemas nacionales críticos. Europa se enfrenta a una pregunta incómoda: ¿Quién controla realmente los datos que sustentan su economía digital?
Las tensiones entre Europa y Estados Unidos han puesto sobre la mesa el dilema sobre si los datos europeos están, en muchos casos, alojados en infraestructuras bajo jurisdicción extranjera, llevando a gobiernos y grandes empresas, especialmente en sectores sensibles como Defensa, Sanidad o Administración Pública, a revisar si tiene sentido seguir confiando información crítica a proveedores no europeos.
El resultado es un movimiento cada vez más firme hacia la soberanía digital, entendida como la capacidad de una nación o región para proteger, gobernar y decidir sobre su infraestructura tecnológica y sus datos.
La nube soberana, pilar de la nueva estrategia europea
La nube soberana es el instrumento más tangible de esa soberanía. No se trata solo de almacenar datos dentro de las fronteras, sino de garantizar que el control operativo, legal y ético permanece en manos europeas. Iniciativas como la European Sovereign Cloud de AWS, los desarrollos locales de Microsoft y Google, o las alianzas franco-alemanas con proveedores como S3NS, STACKIT o Scaleway, demuestran que el mercado se está moviendo rápidamente.
El mercado de la nube soberana alcanzará los 169.000 millones de dólares en 2028, impulsado por tensiones geopolíticas, nuevas normativas europeas y el papel creciente de la inteligencia artificial en sistemas nacionales críticos
Sin embargo, el panorama sigue fragmentado. En un extremo están los hiperescalares estadounidenses, que ofrecen escalabilidad y madurez tecnológica, pero bajo marcos jurídicos no europeos. En el otro, los proveedores europeos, con plena conformidad legal, pero limitaciones en capacidad y alcance.
La clave, por tanto, no está en elegir entre uno u otro, sino en diseñar arquitecturas híbridas y multicloud que combinen lo mejor de ambos mundos.
La soberanía digital no se limita al almacenamiento de datos. Incluye tres capas fundamentales:
- Infraestructura física. La Unión Europea produce solo el 10% de los semiconductores mundiales. La Chips Act busca duplicar esa cifra para reforzar la autonomía industrial.
- Soberanía de la inteligencia artificial. Con una inversión prevista de 200.000 millones de euros, Europa quiere desarrollar capacidades propias en IA, como demuestra la alianza entre Nvidia y Mistral.
- Confianza y cumplimiento. Normas como DORA, NIS2 o el DGA obligan a las organizaciones a tener pleno control sobre dónde y cómo se procesan sus datos.
La soberanía digital, en definitiva, no es un fin en sí mismo, sino un medio para garantizar seguridad, resiliencia y competitividad.
Para el tejido empresarial, la soberanía digital no debería verse como una carga normativa, sino como una ventaja competitiva. Las compañías que sean capaces de garantizar que los datos de sus clientes se rigen por leyes locales ganarán en confianza, reputación y continuidad de negocio. Además, las tecnologías soberanas abren la puerta a un ecosistema europeo más robusto, donde innovación y protección de datos puedan convivir. Eso sí, el camino no es sencillo, ya que implica decisiones complejas entre costes, rendimiento, escalabilidad y cumplimiento. Aquí es donde la asesoría experta se convierte en un factor crítico de éxito.
La soberanía digital no consiste en levantar muros tecnológicos, sino en definir las reglas del juego desde la autonomía. Europa tiene talento, regulación y propósito. Lo que necesita ahora es coherencia estratégica para transformar la soberanía digital en motor de crecimiento, no en un freno.
El éxito radica en construir estrategias híbridas inteligentes, que aprovechen la potencia de los hiperescalares y la seguridad jurídica de los proveedores europeos. El futuro digital de Europa dependerá, en gran medida, de nuestra capacidad para lograr ese equilibrio.









